Comentario
El mundo religioso ofrece, naturalmente, una mayor complejidad, pues en él se manifiestan de modo más inmediato las relaciones entre clases y entre pueblos. El panteón olímpico sólo se modifica en el sentido de acentuar sus aspectos más alejados de las preocupaciones intelectuales más inmediatas y de concentrarse en las festividades oficiales de las ciudades, que pretenden seguir siendo símbolo de los poderes de las autoridades establecidas. Sin embargo, algunos de los dioses clásicos, portadores de los rasgos adecuados a una nueva funcionalidad en el ámbito de las clases populares, se integran en su mundo de religiones mistéricas, herederas de las clásicas, pero tendentes a asimilarse a la religiosidad oriental, representada por Isis y Serapis, Atis y Cibeles. De este modo, las religiones orientales se difunden en el mundo helenistico, tanto como nunca lo habían hecho en el mundo de la polis, pero ahora pasan a desempeñar una nueva función, griega, para encauzar ideológicamente las aspiraciones de las nuevas poblaciones libres, tendentes a configurar formas de dependencia específicas.
Al lado de ello, los estados pretenden organizar sus sistemas propios, atribuyendo a los jefes políticos poderes sobrenaturales que los hacen capaces de organizar de forma nueva la sociedad. En esta dinámica entre las formas estatales de controlar al pueblo y las tendencias del pueblo mismo a crear sus formas específicas de expresión se constituye el mundo helenístico-romano, campo de tensiones y foco de difusión de las concepciones ideológicas dominantes, como cauce hacia el futuro de la integración del mundo intelectual anterior.